jueves, 25 de julio de 2019

¡ME PARECE QUE ES TU PADRE!

Aquí estoy de nuevo. Esta vez en castellano porque esta entrada queda mejor así. 

Os voy a contar una de las tantas caóticas historias que han pasado a lo largo de mi vida. 

Dando por hecho que todas, a cualquier edad, hemos tenido un novio con el que hemos hecho "manitas" y que, en una u otra medida, a todas nos ha pasado algo "pelín vergonzoso"... ¿Os acordáis de ese novio que tuve que me maltrató? Vale. Pues ese sujeto, antes de convertirse en la Bestia (yo, por supuesto, era la Bella). Era un encanto de tío y nos queríamos muchísimo. 

Dejando los preámbulos aparte. Veamos... yo tenía 18 años y él 21. Total que, para "darte el lote" (que se decía antes), o tenías un coche o te ibas a un pub oscuro "a tomar algo", o un amigo te dejaba su casa (y aquí ya rematabas la faena). Nosotros teníamos dos cosas: un coche... y las llaves de casa de su hermana (que vivía fuera de la ciudad) y que él le había robado a su padre un día y había hecho una copia (de estrangis). 

Total, que en una de las veces que fuimos a la montaña con el coche a hacer nuestras cositas (que de todo os queréis enterar), mientras estábamos a ello, de no se donde, salió un sin techo que me dio un susto de muerte porque, de repente me lo encontré con la cara pegada a mi ventanilla y haciendo visera con las manos el tío guarro. 

Ya podréis imaginar que con el grito que dí se enteraron hasta en Andorra, por lo que se acabaron los arrumacos en seco. 

A partir de ahí, la nena no quería ni coche, ni montaña, ni hostias en vinagre y lógicamente, ese novio mío iba todo el día calentito no, más bien hirviendo. 

Total que un día me dice que se acabó, que ya no puede más y que esa tarde vamos a usar las llaves de casa de su hermana, me ponga como me ponga (porque yo no quería ir ya que habíamos ido un día y habíamos roto una de las patas de la cama de matrimonio y, desde entonces yo decía que su padre nos miraba raro). 

Bueno... pues esa tarde de domingo, nos vamos al cine sabiendo que después iríamos a casa de su hermana. ¿Pues a qué no sabéis qué se le olvidó al lerdo de mi novio? Exacto: las llaves de la casa, con lo que tuvimos que ir a su casa, con una excusa de lo más gilipichi ya que no nos esperaban para nada, porque  también cenábamos fuera. 

Yo creo que su padre ahí se olió algo raro porque el hombre era una especie de lechuza, más raro que un perro verde y a mi no me quería ni con pinturita de oro. La cuestión es que mi novio coge la llave y nos vamos casi que corriendo porque su padre era un penco pero su madre era un amor y no fuera que nos obligase a quedarnos a merendar, encima.

Total, que nos vamos a casa de su hermana (tengo que decir que todos los hermanos vivían a metros de casa de los padres. Uno calle arriba, otro calle abajo, otro en la calle de atrás...). Nosotros íbamos a la calle de atrás y para que nadie sospechase, habíamos dejado el coche !3 calles más abajo y era cuesta! Entramos y, sin encender luces nos metemos en una de las habitaciones pequeñas que tenía una cama plegable (recordad que la cama de matrimonio estaba rota pero solo lo sabíamos nosotros). 

Bueno, pues en nuestras cositas estábamos cuando, de repente oigo algo fuera del piso y se lo digo a él. Él, emocionado que estaba, no hubiese oído ni las campanas de la catedral però yo volví a oir el ruido y me levanté de la cama. Me puse el dedo índice en los labios para que no dijese nada y entonces él lo oyó también. Alguien estaba entrando en el piso (y tenía  llaves). 

Yo le hago una señal para decirle que era su padre y él me dice que no y, entonces yo le hago un corte de mangas y le susurro que si. 

¡Y, por supuesto yo tenía razón! ¡¡¡¡¡ERA SU PADRE!!!!!

Y ahí nos tenéis a los tres: el padre, el hijo y se supone que el espíritu santo debía ser yo, que estaba aterrada y me temblaba hasta la caspa que no tenía.

Y encima habíamos dejado la puerta de la habitación entreabierta, por lo que escondidos detrás de la puerta y aterrados, íbamos viendo y oyendo a su padre entrar y salir de cada una de las habitaciones (tampoco es que hubiese muchas), echar un vistazo y cerrar la puerta. Cuando llega a la habitación de matrimonio, se sienta en la cama y... ¿a qué no sabéis qué pasó? Pues sí. La cama se acabó de romper y el hombre se cayó de bruces. Lo teníais que haber oído jurar. Parecía un leñador. 

Yo no sé si se olió algo o es que con el susto que se llevó se le quitaron las ganas de echar más vistazos. La cuestión es que tanto mi novio como yo nos quedamos tiesos detrás de la puerta hasta casi 15 minutos después de que se hubiese ido (por si acaso se le había olvidado algo y volvía a buscarlo). 

Cuando pudimos respirar tranquilos, el capullo de mi novio quería que siguiésemos donde lo habíamos dejado, bajo el pretexto de que ya no iba a volver. ¡Y una mierda pinchada en un palo, me iba a quedar yo allí! 

Jamás lo había pasado tan mal como aquella tarde. Los dos rezábamos a todo lo que podíamos: a santos, a dioses del Olimpo, a las flores... a cualquier cosa que hiciese que saliésemos de allí sin verle la cara a su padre. 

A partir de esa tarde, ni coche ni casa de su hermana ni leches. Si quería algo, que se lo currase de forma menos estresante.

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